La ciencia en el Quijote y en su época

Manuel Alfonseca

A primera vista puede parecer un contrasentido relacionar la ciencia con el Quijote, a pesar de que su título completo (El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha) contiene un término (ingenioso) que habitualmente se relaciona con las actividades mentales humanas, de las que la ciencia es una de las más conspicuas. Pero el ingenio de don Quijote no se aplica a la ciencia, sino al sentido común, y a primera vista no parece que tengan mucho de científicas las actividades del loco que quiso resucitar una caballería andante que no existió nunca, salvo en su propia imaginación y en la de los desaforados autores de los libros de caballerías.

Sin embargo, raro es el libro que no delata en sus páginas la cultura y el modo de pensar de su época, y muy extraño sería que la obra maestra de Cervantes fuese una excepción a esa regla. Y así, tras bucear en las páginas del Quijote, he podido extraer no menos de treinta referencias que, puestas en contexto, proporcionan una visión, incompleta, sí, pero amplia y sugestiva, que esboza ante nosotros el momento crítico de una ciencia que daba los primeros pasos hacia el establecimiento de una metodología revolucionaria, que no tardaría en dar frutos abundantes durante los siglos más productivos que recuerda la historia.

Astrología y Astronomía

En el Quijote, Astronomía y Astrología son aún sinónimos, como por otra parte lo eran entonces para todo el mundo, incluso para una figura tan señera de la ciencia moderna, contemporáneo de Cervantes (1547-1616), como Johannes Kepler (1571-1630), una de cuyas primeras obras (De Fundamentis Astrologiae Certioribus, 1601) tiene por objeto demostrar que las estrellas no rigen la vida de los seres humanos. Y eso a pesar de que Kepler era famoso por sus predicciones astrológicas, y muy buscado para realizarlas.

Hablando de Astrología en su sentido moderno, Cervantes pone en boca de don Quijote las siguientes palabras, con ocasión de la aventura del titiritero Maese Pedro, el del famoso retablo: porque cierto está que este mono no es astrólogo, ni su amo ni él alzan ni saben alzar estas figuras que llaman judiciarias [1], que tanto ahora se usan en España, que no hay mujercilla, ni paje, ni zapatero de viejo que no presuma de alzar una figura, como si fuera una sota de naipes del suelo, echando a perder con sus mentiras e ignorancias la verdad maravillosa de la ciencia (2, XXV). Con lo que Cervantes no excluye la posibilidad de que la Astrología tenga una base científica, pero critica el abuso de las predicciones y horóscopos que se producía en su época, no muy diferente en eso de la nuestra.

Entre las referencias astronómicas del Quijote, podemos mencionar la del capítulo XX de la primera parte, cuando Sancho, muerto de miedo, trata de contener a su amo, deseoso de abordar la temerosa aventura del batán, y le pide con lágrimas en los ojos que aguarde hasta el alba, que apenas dista tres horas, porque la boca de la bocina está encima de la cabeza, y hace media noche en la línea del brazo izquierdo, un sistema de orientación y medida del tiempo nocturno comúnmente utilizado por los pastores, como señala el mismo Sancho (la ciencia que aprendí cuando era pastor), que se basa en la posición de la constelación de la Osa Menor [2], que con buen tiempo es visible durante toda la noche, pero va cambiando de posición a lo largo de ésta, lo que proporciona una manera sencilla de averiguar la hora.

En el capítulo XLIII de la primera parte, don Quijote, en medio de un panegírico a su amada Dulcinea del Toboso, exclama: Dame tú nuevas de ella, ¡oh luminaria de las tres caras!, nombre poético que aplica a la luna. Uno de los primeros fenómenos astronómicos conocidos desde la más remota antigüedad, es el ciclo de las fases de la luna, es decir, el mes [3]. El calendario de la civilización babilónica alternaba meses de 29 y 30 días, lo que equivale a una duración media de 29,50 días, bastante próxima a la real, 29,53. También está ligada a la luna la semana, que corresponde a la duración aproximada de cada una de sus fases, pues el ciclo se divide en cuatro partes iguales claramente distinguibles a simple vista, separadas por los correspondientes puntos críticos: luna nueva, cuarto creciente, luna llena y cuarto menguante.

¿Por qué, entonces, don Quijote llama a la luna luminaria de las tres caras? Porque la luna nueva es invisible, tanto por la ausencia de luz reflejada, como por el hecho de que el astro pasa en ese momento muy cerca del sol, cuya luz hace desaparecer del cielo cualquier rastro de él. De los cuatro puntos críticos o caras de la luna, sólo son visibles tres: la luna llena y los dos cuartos.

Es curioso que el avance científico más importante de la época, la revolución copernicana, esté totalmente ausente del Quijote, como si la controversia no hubiese atraído la atención de Cervantes, o tal vez porque no quisiese mezclarse en ella. El famoso tratado de Nicolás Copérnico (1473-1543), De revolutionibus orbium coelestium, en el que propone una explicación heliocéntrica de los movimientos de los planetas, se publicó quizá el mismo día de su muerte (el 24 de mayo de 1543), más de cuatro años antes del nacimiento de Cervantes. Cierto es que la primera parte del Quijote (1605), pero no la segunda (1615), se publicó antes que las dos primeras leyes de Kepler (que aparecen en su tratado Astronomia Nova, 1609), mientras la tercera, así como el famoso caso Galileo, son posteriores a la muerte de Cervantes.

Hay en el Quijote una referencia poética al sol (2, XLV) que, con un poco de imaginación, quizá podría interpretarse como una solapada alusión al heliocentrismo: ¡Oh, perpetuo descubridor de los antípodas, hacha del mundo, ojo del cielo, meneo dulce de las cantimploras! ¡Trimbio aquí, Febo allí, tirador acá, médico acullá, padre de la poesía, inventor de la música! ¡Tú que siempre sales y, aunque lo parece, nunca te pones! A ti digo, ¡oh sol, con cuya ayuda el hombre engendra al hombre! ¿Qué significa la frase ¡Tú que siempre sales y, aunque lo parece, nunca te pones!? ¿Acaso alude a que el movimiento del sol es sólo aparente, a que es la Tierra la que en realidad se mueve?

Pero me temo que esta interpretación sólo es plausible a posteriori, desde nuestro punto de vista. Mucho más lógico es suponer que Cervantes quiere decir que la puesta del sol es sólo aparente, no porque el sol esté inmóvil, sino porque en realidad no se oculta nunca de uno u otro punto de la superficie de la Tierra, pues cuando nosotros dejamos de verlo pasa a ser visible para los antípodas. En consecuencia, esta frase no tendría ninguna connotación copernicana, siendo perfectamente coherente con la interpretación ptolemaica tradicional del mundo.

No hay, de hecho, en el Quijote, referencia alguna a Copérnico, aunque sí hay una a Ptolomeo (127-145), predecesor de aquel, compilador y divulgador de la teoría cosmológica precedente, que dominó la ciencia astronómica durante casi dos mil años y desempeña un papel esencial en otra de las grandes obras literarias de nuestra civilización, la Divina Comedia de Dante, que describe el Paraíso de acuerdo con la hipótesis ptolemaica.

En cambio, en el Quijote, la única cita de Ptolomeo sirve de pretexto para una de las patochadas de Sancho, a propósito de su nombre. Así, cuando don Quijote dice (2, XXIX): de trescientos sesenta y cinco grados que contiene el globo, del agua y de la tierra, según el cómputo de Ptolomeo, que fue el mayor cosmógrafo que se sabe, la mitad habremos caminado, llegando a la línea que he dicho, Sancho responde: vuesa merced me trae por testigo de lo que dice a una gentil persona, puto y gafo, con la añadidura de meón, o meo, o no sé cómo.

La línea a la que se refiere don Quijote es el ecuador, la línea equinoccial que divide y corta los dos contrapuestos polos en igual distancia, como señala él mismo poco antes, indicando que si yo tuviera aquí un astrolabio [4] con que tomar la altura del polo, yo te dijera las [leguas] que hemos caminado.

Nos encontramos en la aventura del barco encantado, y para comprobar si ya han cruzado el ecuador, don Quijote explica a Sancho que una de las señales que tienen para entender que han pasado la línea equinoccial que te he dicho, es que a todos los que van en el navío se les mueren los piojos sin que les quede ninguno, ni en todo el bajel le hallarán, si le pesan en oro. En consecuencia, ruega a Sancho que realice la averiguación que te he dicho, y no te cures de otra, que tú no sabes qué cosa sean coluros [5], líneas, paralelos, zodíacos, clíticas [6], polos, solsticios, equinoccios, planetas, signos, puntos, medidas de que se compone la esfera celeste y terrestre; que si todas estas cosas supieras, o parte dellas, vieras claramente qué de paralelos hemos cortado, qué de signos visto, y qué de imágenes [7] hemos dejado atrás y vamos dejando ahora. Y tórnote a decir que te tientes y pesques, que yo para mí tengo que estás más limpio que un pliego de papel liso y blanco.

Tentóse Sancho, y llegando con la mano bonitamente y con tiento hasta la corva izquierda, alzó la cabeza y miró a su amo, y dijo:

-O la experiencia es falsa, o no hemos llegado a donde vuesa merced dice, ni con muchas leguas.

-¿Por qué? -preguntó don Quijote-. ¿Has topado algo?

-Y aún algos -respondió Sancho.

No hace falta aclarar que las dos alternativas propuestas por Sancho para explicar la presencia de piojos en su cuerpo son ciertas: por un lado, la supuesta muerte de los parásitos al cruzar el ecuador es falsa, una de tantas muestras de zoología legendaria, y por otro, el barco en que tiene lugar la travesía dista mucho de haberse acercado al ecuador, pues nuestros héroes apenas han hecho otra cosa que separarse de la orilla.

La última referencia astronómica del Quijote que vamos a mencionar puede explicarse en función de un concepto planteado inicialmente por Aristóteles, que hasta la época de Cervantes nadie se había atrevido a poner en duda: la perfección e inmutabilidad de los cuerpos celestes. De acuerdo con el filósofo, la corrupción y el cambio son propios de las cuatro regiones de la Tierra, representada cada una de ellas por los cuatro elementos enumerados por Empédocles de Agrigento (h.490-430 a. de J.C.): la tierra (que representa la materia en estado sólido y ocupa la región inferior, más pesada, seca y fría); el agua (el estado líquido, localizado en la segunda región, la hidrosfera, húmeda y fría); el aire (el estado gaseoso, concentrado en la tercera región, la atmósfera, húmeda y caliente); y el fuego, seco y caliente, representación de la energía, que según creencia de entonces tiende a ascender por sí mismo hasta la cuarta región, la más elevada, situada por encima de la atmósfera.

Más allá de la esfera del fuego, hacia la órbita de la luna, comenzaría la quinta región, en la que se mueven los astros, compuestos por una forma totalmente diferente de la materia, exenta de todo cambio e imperfección, que Aristóteles llama, apropiadamente, quintaesencia o éter. Según esta concepción, los cuerpos celestes no están sujetos a alteración alguna, aparte de sus movimientos perpetuamente regulares y perfectamente predecibles, aunque complejos. Por eso, las estrellas fugaces, que se mueven impredeciblemente, apareciendo y desapareciendo cuando menos se espera, no podían pertenecer a la esfera celeste, y tenían que estar asociadas a alguna de las cuatro zonas inferiores, imperfectas y mutables. Don Quijote se lo explica así a Sancho: como discurren por el cielo las exhalaciones secas de la tierra, que parecen a nuestra vista estrellas que corren (2, XXXIV). Una explicación semejante se aplicaba a los cometas, también impredecibles, y que por tanto se asociaban a fenómenos meteorológicos.

Y sin embargo, ya antes de la publicación de la primera parte del Quijote, un fenómeno astronómico imprevisto había venido a poner en duda la concepción de Aristóteles sobre la inmutabilidad de los cielos, que se había mantenido inatacable durante casi dos milenios: en octubre de 1604, Kepler señaló la aparición repentina de una estrella nova en la constelación del serpentario, que permaneció visible durante 17 meses. En un tratado publicado en 1606 (De Stella Nova in Pede Serpentarii) Kepler se atreve a poner en duda por primera vez la inmutabilidad aristotélica de los cielos, abriendo paso con ello al reconocimiento posterior de que los cometas y las estrellas fugaces tienen origen extraterrestre.

Alquimia

Al contrario que la Astrología, que en tiempo de Cervantes se encontraba ya a punto de transformarse en Astronomía, no sólo de nombre, sino en cuanto a la metodología científica utilizada, aún faltaba más de un siglo para que la Alquimia llegase a convertirse en Química. Ciencia muy antigua, cuyo origen se remonta probablemente a Egipto, la Alquimia se había metido en un callejón sin salida, debido al ansia que se había apoderado de sus practicantes por convertir el plomo en oro. Los fracasos acumulados durante siglos para alcanzar este objetivo habían contribuido al descrédito de esta ciencia, como demuestra esta cita del Quijote (2, VI): No todos los que se llaman caballeros lo son de todo en todo, que unos son de oro, otros de alquimia, y todos parecen caballeros, pero no todos pueden estar al toque de la piedra de la verdad.

Obsérvese que la palabra alquimia se contrapone aquí al oro, como dando a entender que el oro de alquimia era falso y no resistía la prueba de la piedra de toque, que, como se sabe, es un esquisto silíceo que se raya con agujas de oro de ley conocida y con la sustancia que se quiere comprobar; comparando el aspecto de las rayas, se puede deducir si aquella es realmente de oro o no, y en caso afirmativo cuál pueda ser su ley.

Por otra parte, Cervantes no excluye por completo la posibilidad de que los alquimistas puedan llegar a alcanzar su objetivo algún día, como se ve en una cita posterior (2, XVI), en la que dice, en alabanza de la poesía: Ella es hecha de una alquimia de tal virtud que quien la sabe tratar la volverá en oro purísimo de inestimable precio. Está hablando, naturalmente, en sentido figurado, pero aquí se ve que la palabra alquimia no siempre tenía las connotaciones peyorativas de la cita anterior, aunque en ambos casos se reduce su ámbito al intento de obtener oro a partir de otras sustancias de menos valor intrínseco.

Aparte de las dos citas anteriores, que nombran explícitamente a la alquimia, existen otras de carácter aplicado, donde se mencionan sustancias químicas. La primera y más compleja aparece casi al principio del libro, en el capítulo IV de la primera parte, cuando don Quijote, recién armado caballero, tropieza con unos mercaderes toledanos que iban a comprar seda a Murcia. Tomándolos por lo que no eran, don Quijote les conmina a que confiesen que no hay en el mundo doncella más hermosa que... la sin par Dulcinea del Toboso. A lo que uno de los mercaderes, convertido en portavoz de sus compañeros, responde con estas mal escogidas palabras:

...que vuestra merced sea servido de mostrarnos algún retrato de esa señora... que... quedaremos con esto satisfechos y seguros, y vuestra merced quedará contento y pagado. Y aun creo que estamos ya tan de su parte, que aunque su retrato nos muestre que es tuerta de un ojo y que del otro le mana bermellón y piedra azufre, con todo eso, por complacer a vuestra merced, diremos en su favor todo lo que quisiere.

A lo que el indignado don Quijote responde, encendido en cólera:

-No le mana, canalla infame; no le mana, digo, eso que decís, sino ámbar y algalia entre algodones...

En esta breve cita aparecen nada menos que cuatro sustancias químicas (o, por mejor decir, alquímicas) de las que se utilizaban en la época. Veamos cuáles eran y qué aplicaciones tenían.

Añadamos una última cita relacionada con la alquimia: don Quijote se dispone a fabricar el famoso bálsamo de Fierabrás (1, XVII) y hace que Sancho le consiga los supuestos ingredientes: romero, aceite, sal y vino. En resolución, él tomó sus simples, de los cuales hizo un compuesto mezclándolos todos y cociéndolos un buen espacio, hasta que le pareció que estaban a punto. El término simples, con el sentido de ingredientes, pasó en la Química moderna a convertirse en sinónimo de elemento químico, es decir, sustancia que no se puede descomponer en otras más sencillas, una definición muy diferente de la de Empédocles de Agrigento, ninguno de cuyos cuatro elementos resultó serlo a la larga, aunque esto no se descubrió hasta finales del siglo XVIII. En cambio, de los cuatro elementos de los alquimistas medievales, dos (el azufre y el mercurio) sí resultaron ser cuerpos simples, y mantuvieron su carácter de elementos hasta la actualidad, aunque ya no son cuatro, sino más de un centenar. Pero esa es otra historia.

Medicina

La Medicina del siglo XVI apenas había cambiado desde los tiempos de los grandes médicos griegos (Hipócrates y Galeno), como demuestra el hecho de que el libro del segundo fuese texto obligado durante toda la Edad Media. Como la Química, la Medicina tuvo que esperar algunos siglos más para renovarse, hasta que los descubrimientos de las vacunas (siglo XVIII), de la asepsia (siglo XIX) y de los antibióticos (siglo XX) provocaron una revolución, que ha dado lugar al aumento a más del doble de la duración de la vida humana, y cuyos efectos aún estamos experimentando.

No son de esperar, por lo tanto, citas médicas espectaculares en el Quijote, y en efecto, no las hay, pero no por eso esta ciencia deja de hacer acto de presencia en el libro. La referencia más importante corresponde a la primera comida de Sancho, después de ser nombrado gobernador de la ínsula Barataria (2, XLVII), cuando el doctor Pedro Recio de Agüero le impide comer de todos los platos, aduciendo diversos motivos por los que cada uno puede hacerle daño. De hecho, para prohibirle consumir un plato de perdices, cita al propio Hipócrates (h. 460-h. 377 a. de J.C.), padre de la Medicina en la civilización griega, cuyo nombre se asocia tradicionalmente con el juramento hipocrático que pronunciaban los médicos al graduarse [9]. Verdad es que Pedro Recio modifica el aforismo que atribuye a Hipócrates, para adaptarlo al caso: Omnis saturatio mala, perdicis autem pessima [10], pues el texto original no se aplicaba a las perdices, sino al pan.

Las restantes citas relacionadas con la Medicina tienen menos importancia, y son interesantes únicamente por la curiosa nomenclatura empleada, o por las ideas bizarras sobre la causa de ciertas dolencias.

Por ejemplo, cuando uno de los cómicos de las Cortes de la Muerte asusta a Rocinante, éste dio a correr por el campo con más ligereza que jamás prometieron los huesos de su notomía (2, XI). El término notomía corresponde, naturalmente, a nuestra anatomía.

Un poco más tarde, cuando el bachiller Sansón Carrasco, disfrazado del caballero de los Espejos, cae vencido por don Quijote y queda bastante magullado, se hace necesario hallar un algebrista con quien se curó el Sansón desgraciado (2, XV). El algebrista en cuestión no era un experto en álgebra, sino el cirujano que arreglaba y colocaba en su sitio los huesos rotos o dislocados. Curioso desplazamiento de significado el de la palabra álgebra, que originalmente (como también en nuestros días) se aplicaba a una rama de las Matemáticas, y proviene del árabe, por corrupción del título de un tratado famoso, llamado Kitab al-jabr wa al-muqabalah (Libro de la restauración y la oposición), en el que se resuelven numerosos problemas de aritmética y geometría, así como ecuaciones de primer y segundo grado. El libro fue escrito por un matemático iraquí llamado Muhammad Ibm-Musa Al-Juwarismi (h. 780-h. 850), cuyo apellido ha dado lugar también a un término científico: la palabra algoritmo.

Al final de la aventura de los rebaños (1, XVIII), don Quijote, molido y sin diente sano, dice que tomara yo [mejor] un cuartal de pan y dos cabezas de sardinas arenques, que cuantas yerbas describe Dioscórides, aunque fuera el ilustrado por el doctor Laguna. Pedanius Dioscórides (h. 40-h. 90) fue un médico griego del siglo I de nuestra era, cuyo libro, De materia medica, fue el texto clásico sobre Botánica y Farmacología Vegetal durante más de un milenio, y seguía siéndolo en tiempos de Cervantes.

Citemos, por último, uno de los primeros y más famosos párrafos del Quijote, aquél que dice que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio (1, I). Hoy sabemos que la locura no tiene mucho que ver con la cantidad de agua acumulada en nuestro cerebro. Poco después, en el capítulo segundo, Cervantes vuelve sobre la misma idea, diciendo que el sol entraba... con tanto ardor, que fuera bastante a derretirle los sesos, si alguno tuviera.

Biología

No deja el Quijote de delatar algunas de las creencias curiosas, pero erróneas, de la Biología de su época. Ya hemos citado la de los piojos, que se supone mueren al cruzar el ecuador, pero hay unas cuantas más. Así, cuando la pastora Marcela se presenta en el entierro de Grisóstomo, que ha muerto de pena porque la doncella ha rechazado sus amores, su amigo Ambrosio la increpa diciendo: ¿Vienes a ver, por ventura, ¡oh fiero basilisco destas montañas!, si con tu presencia vierten sangre las heridas deste miserable a quien tu crueldad quitó la vida? (1, XIV). El basilisco era un animal fabuloso, emparentado con las serpientes, al que se le atribuía la capacidad de matar con la mirada. La biología moderna ha asignado ese nombre (Basiliscus) a un género de lagartos, pertenecientes a la misma familia que las iguanas, que viven en las selvas tropicales de América y que eran desconocidos en tiempos de Cervantes. Los basiliscos modernos no tienen el poder de matar con la mirada, pero resultan sorprendentes por otro motivo: son capaces de correr sobre el agua apoyándose únicamente en sus patas traseras y con el cuerpo erguido verticalmente.

Cuando don Quijote arremete contra el barbero para apoderarse de lo que él creía ser el yelmo de Mambrino (1, XXI), el pobre hombre huye, dejando tras de sí la disputada bacía, y Cervantes dice que el barbero ha imitado al castor, el cual, viéndose acosado de los cazadores, se taraza y harpa con los dientes aquello por lo que él, por distinto natural, sabe que es perseguido [11]. Es decir, se creía (sin fundamento) que el castor se castraba para sobrevivir, pues los cazadores querían arrancarle los órganos genitales para apoderarse de la sustancia almizclada que contienen, que se usaba en perfumería. Esta leyenda, que se remonta a Plinio, todavía fue utilizada en el siglo XX por Antonio Gramsci como metáfora política.

En plena novela del Curioso Impertinente (1, XXXIII), figura otra leyenda parecida sobre un animal diferente: Cuentan los naturales que el armiño es un animalejo que tiene una piel blanquísima, y que cuando quieren cazarle los cazadores, usan de este artificio: que, sabiendo las partes por donde suele pasar y acudir, las atajan con lodo, y después, ojeándole, le encaminan hacia aquel lugar, y así como el armiño llega al lodo se está quedo y se deja prender y cautivar, a trueco de no pasar por el cieno y perder y ensuciar su blancura, que la estima en más que la libertad y la vida. Se trata, como en el caso anterior, de una muestra de antropomorfismo, que solía aplicar intencionalidad humana a los animales.

La cita siguiente, algo menos fabulosa, hace referencia a las conchas de un cierto pescado que dicen que son más duras que si fuesen diamantes (2, VI). Probablemente se refiere al caparazón de una tortuga, cuya dureza está un poco exagerada. Finalmente, justo al principio de la aventura del caballero de los Espejos (2, XII), ya mencionada, Cervantes introduce un catálogo de tratamientos médicos y virtudes que los hombres habrían aprendido de los animales: de las cigüeñas, el cristel [12]; de los perros, el vómito [13] y el agradecimiento; de las grullas, la vigilancia; de las hormigas, la providencia; de los elefantes, la honestidad, y la lealtad, del caballo.

Tecnología

Hemos visto que en tiempo de Cervantes la Astronomía estaba en plena revolución, mientras la Química, la Medicina y la Biología tendrían que esperar aún varios siglos hasta que les llegase el turno. De igual manera, aún faltaban un par de siglos para el desencadenamiento de la revolución tecnológica, pero al revés que las ciencias mencionadas, que a veces se estancan e incluso pueden retroceder, los avances tecnológicos suelen ser más o menos constantes y rara vez se producen retrocesos. Así, incluso en plena Edad Media europea, tuvieron lugar mejoras e innovaciones significativas en los métodos arquitectónicos o en el diseño de instrumentos agrícolas, molinos de viento y de agua, relojes y otros mecanismos.

La mayor parte de estos avances son anónimos, pero en tiempos próximos a Cervantes comienza a quedar constancia del nombre de algunos inventores, como Juanelo Turriano (1501-1575), italiano afincado la mayor parte de su vida en España, que trabajó durante los reinados del emperador Carlos y de Felipe II y realizó para ellos diversas obras, como una rueda de paletas movida por el Tajo para elevar agua a Toledo, diversos relojes, en especial uno astronómico cuya construcción le llevó más de veinte años, que además de señalar la hora seguía los movimientos de los planetas, el sol y la luna, así como la aparición de los signos del zodíaco. Finalmente construyó también autómatas, en particular uno de madera (el hombre de palo), que según la tradición acudía diariamente al palacio arzobispal a recoger la comida, con lo que Juanelo se sumaba a la lista de famosos y anónimos fabricantes de autómatas, muchos de ellos utilizados como adornos móviles para relojes, que crearon escuela en nuestra civilización hasta bien avanzado el siglo XIX.

Cabe preguntarse si Cervantes conoció los autómatas de Juanelo, que de algún modo podrían haberle brindado la idea de la cabeza parlante que se describe en el capítulo LXII de la segunda parte del Quijote, durante la visita del hidalgo a Barcelona. Es cierto que la cabeza parlante resulta ser un fraude, pero podríamos decir que se trata de un fraude tecnológicamente avanzado, puesto que la cabeza está horadada por un tubo que conduce el sonido en ambos sentidos, desde la habitación inferior hasta la superior. En cierto modo, se trata de un caso no muy distinto del famoso autómata ajedrecista del siglo XVIII, que resultó contener en su interior a un jugador especialmente pequeño (algo así como el robot R2-D2, de la saga de la guerra de las galaxias).

Hay que mencionar otro avance tecnológico importantísimo, algo anterior a Cervantes, sin el cual quizá el Quijote no habría obtenido la difusión que consiguió. Me refiero a la imprenta, que ya tenía siglo y medio de antigüedad en Europa cuando se publicó la primera parte del libro, aunque se utilizaba en China desde medio milenio antes. Cervantes paga su deuda con Gutenberg haciendo que don Quijote visite una imprenta durante su estancia en Barcelona, justo después de la aventura de la cabeza parlante:

Sucedió, pues, que yendo por una calle alzó los ojos don Quijote y vio escrito sobre una puerta, con letras muy grandes: "Aquí se imprimen libros", de lo que se contentó mucho, porque hasta entonces no había visto imprenta alguna y deseaba saber cómo fuese. Entró dentro, con todo su acompañamiento, y vio tirar en una parte, corregir en otra, componer en ésta, enmendar en aquélla, y, finalmente, toda aquella máquina que en las imprentas grandes se muestra. Llegábase don Quijote a un cajón y preguntaba qué era aquello que allí se hacía; dábanle cuenta los oficiales; admirábase y pasaba adelante.

La visita a la imprenta dura varias páginas y termina cuando don Quijote la abandona airado al toparse con un ejemplar de la espuria segunda parte de Avellaneda, lo que Cervantes aprovecha para lanzar otra diatriba contra ese libro y contra su autor. Es de notar, sin embargo, que aunque Cervantes abomina del Quijote de Avellaneda y lo ataca literariamente cuanto puede, no era costumbre entonces (como lo es ahora) poner pleito a un autor que se aprovechase de los argumentos de otro para continuarlos o para rehacerlos. Si nuestro moderno sistema de derechos de autor, que prohíbe este tipo de actividades literarias (especialmente en los países de habla inglesa), hubiese estado en vigor en tiempo de Cervantes, quizá Avellaneda no habría podido publicar su Quijote, pero tampoco Ariosto habría podido hacerlo con el Orlando furioso, ni Shakespeare con buena parte de sus dramas. Deberíamos preguntarnos cuantas obras maestras contemporáneas nos estamos perdiendo, por culpa de nuestro exacerbado sentido de la propiedad literaria.

Hemos citado ya varias veces el batán, la máquina enfurtidora de paños compuesta de gruesos mazos movidos por energía hidráulica, que tanto asustó a don Quijote y Sancho, especialmente al último (1, XX). En el capítulo VI de la segunda parte, Cervantes introduce otra referencia a la tecnología de su época en la descripción que hace don Quijote de los gigantes de los libros de caballerías:

...el buen caballero andante, aunque vea diez gigantes que con las cabezas no sólo tocan, sino que pasan las nubes, y que a cada uno le sirven de piernas dos grandísimas torres, y que los brazos semejan árboles de gruesos y poderosos navíos, y cada ojo como una gran rueda de molino y más ardiendo que un horno de vidrio, no le han de espantar en manera alguna...

Vemos en este párrafo una especie de resumen tecnológico, que menciona las producciones de los arquitectos (dos grandísimas torres), las de los armadores de buques (los árboles o mástiles de los navíos), los molinos y la fabricación del vidrio.

Matemáticas

No debemos olvidar, para terminar con este estudio, la única cita matemática que hace Cervantes en el Quijote, pues no considero pertenecientes a este apartado las muchas veces que se mencionan unidades monetarias y de medida, que pertenecen más al ámbito de la vida diaria que al de las ciencias. Me refiero al párrafo, que aparece en la novela del curioso impertinente (1, XXXIII), en el que Lotario dice: ...les han de traer ejemplos palpables, fáciles, inteligibles, demostrativos, indubitables, con demostraciones matemáticas que no se pueden negar, como cuando dicen: "Si de dos partes iguales quitamos partes iguales, las que quedan también son iguales". Es decir:

        Si a = b entonces a-c = b-c

En esta su única cita matemática, Cervantes comete un pequeño error. No tanto al hablar de ejemplos palpables, fáciles, inteligibles, demostrativos, indubitables, apelativos todos ellos correctos en cuanto se aplican al ejemplo que viene a continuación. Pero no ocurre lo mismo cuando dice: con demostraciones matemáticas que no se pueden negar, pues da la casualidad de que este ejemplo es precisamente el tercer axioma de Euclides, conocido desde el tiempo de los antiguos griegos y que, junto con los restantes axiomas del mismo autor (excepto el décimo, también llamado quinto postulado), se ha presentado tradicionalmente, y se sigue presentando, como ejemplo de la existencia de verdades matemáticas evidentes para todos, pero que nos vemos obligados a aceptar por simple intuición, ya que son imposibles de demostrar.

Conclusión

Se ha dicho que Cervantes inaugura la tradición hispánica del menosprecio a las ciencias y la técnica, que en cierto modo anticipa el ¡que inventen ellos! de Unamuno, por el olvido a que somete estas disciplinas en su obra. No veo señales de ello. Con una simple lectura atenta del Quijote, he sido capaz de extraer más de una treintena de citas relacionadas con ellas, que en conjunto permiten construir una imagen bastante aproximada del estado del arte científico-técnico de la época. Hay que tener en cuenta, además, que el objetivo de Cervantes al escribir su novela no tenía nada que ver con la ciencia, ni tenía por qué tenerlo. ¿Acaso alguien se atreve hoy día a criticar a nuestros mejores novelistas actuales (no cito nombres, así podrán darse todos por aludidos) porque no mencionan en sus obras la carrera espacial, la fusión nuclear o la ingeniería genética? Y eso que la ciencia moderna da mucho más pábulo para ello que el que permitía el nivel alcanzado en los días de Cervantes.

Notas al pie