El cristianismo en la literatura de fantasía y ciencia-ficción

Manuel Alfonseca

¿Existe una literatura cristiana? Desde cierto punto de vista, la respuesta ha de ser: sí, por supuesto. Cualquier libro escrito por un cristiano lleva (o debería llevar) la impronta de sus creencias, aunque el autor no se lo haya propuesto conscientemente. Por otro lado, una respuesta negativa a esta pregunta es igualmente plausible: las obras literarias escritas por cristianos no son, no deben ser, diferentes de las demás, han de integrarse con la literatura universal y someterse a los mismos criterios para analizar si son buenas o malas. No existe un género de literatura cristiana, como no hay (o no debería haber) literatura femenina o literatura asociada a una raza concreta, pero sí hay (y debe haber) novela, poesía, drama escrito por cristianos. En este artículo voy a referirme a la influencia del cristianismo sobre la producción literaria en dos géneros de novela que han alcanzado un alto grado de desarrollo y difusión durante el siglo XX: la fantasía y la ciencia-ficción.

El nombre de ciencia-ficción procede de una mala traducción del término inglés original (science fiction), que significa literalmente ficción científica, pero ciencia-ficción está demasiado arraigado para que sea posible sustituirlo.

A veces se dice que la ciencia-ficción se remonta hasta la antigüedad y se cita la Historia verdadera de Luciano de Samosata como la primera novela de este género de la literatura universal, ya que describe un viaje a la Luna. En el siglo XVII, Cyrano de Bergerac (1619-1655) escribió dos obras clásicas del mismo tipo: el Viaje a la Luna y la Historia cómica de los estados e imperios del Sol, que también se mencionan como precursoras del género, pues el viaje a nuestro satélite se realiza propulsando una barquilla por medio de cohetes, justo el método que hoy utilizamos. Sin embargo, cuando se habla de ciencia-ficción en el sentido más moderno y estricto del término, suele citarse como obra más antigua la novela Frankenstein, de Mary Shelley (1816). Otro de los grandes pioneros fue E. T. A. Hoffmann, uno de cuyos cuentos, El hombre de arena, gira alrededor de un autómata humanoide. A partir de ahí, las producciones de este género proliferaron de forma acelerada, alcanzando su máxima difusión durante el siglo XX.

Al igual que cualquier otro género literario, la ficción científica puede ser excelente, buena, mala o deleznable. A principios del siglo XX, la abundancia de ejemplos a los que se podía aplicar el último calificativo causó el descrédito de la ciencia-ficción, que quedó injustamente asociada con un nivel muy bajo, dañando a los mejores autores y a sus obras. Es curioso lo que pasa con las obras maestras del género: los editores y los críticos intentan ocultar su pertenencia al mismo, como si reconocerlo las degradase. Esto ocurre, por ejemplo, con novelas con argumentos típicos de ciencia-ficción escritas por autores reconocidos en otros géneros, como El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson; Un yanqui en la corte del rey Arturo, de Mark Twain; Un mundo feliz, de Aldous Huxley; Mil novecientos ochenta y cuatro, de George Orwell; La máquina de leer los pensamientos, de André Maurois; y muchas otras.

En el año 2007, la Academia Sueca concedió el premio Nóbel de literatura a la escritora británica Doris Lessing, que antes de recibirlo había sido atacada por los críticos por cultivar el género de la ciencia-ficción. Ella se defiende declarando que su obra más importante es precisamente la serie de novelas Canopus in Argos, en la que describe los esfuerzos de una sociedad avanzada por forzar el camino de la evolución en un planeta distinto del nuestro.

Como en toda obra literaria, el estilo es, o debería ser, un ingrediente fundamental para juzgar una novela de ciencia-ficción, pero el carácter especial del género añade criterios adicionales. Por muy buena que sea su construcción, una novela de ciencia-ficción no podrá ser excelente si introduce o utiliza elementos científicos mal explicados, absurdos o carentes de sentido.

La novela Caballo de Troya, de J. J. Benítez, ofrece un ejemplo de utilización incorrecta de la ciencia, que resalta más porque el autor emplea un truco antiquísimo, utilizado desde hace milenios en la literatura universal para aumentar la verosimilitud de una obra de ficción a los ojos del lector y rebajar su nivel de incredulidad: añadir a la novela un prólogo que afirma que todo lo que se cuenta en ella ha ocurrido en realidad [1]. No es tan frecuente que algún lector sea tan ingenuo como para morder el anzuelo, como parece haber sucedido en este caso, pues más de uno se lo ha creído.

Se supone que el narrador de Caballo de Troya ha viajado hacia atrás en el tiempo, desde nuestra época hasta la de Cristo. Entre los artilugios modernos de que dispone, el narrador menciona unas gafas de rayos X con las que observa los huesos de Cristo crucificado. Veamos si dichas gafas son posibles en el estado actual de la tecnología. Para ver los huesos de una persona que tenemos delante, hay dos alternativas: o bien los rayos X atraviesan su cuerpo desde atrás, o el generador está delante, pero entonces hay que desviar los rayos para que regresen a los ojos del observador. En ambos casos se requerirían dispositivos complejos que el autor no menciona, probablemente porque ignora su necesidad, ya que su idea de esas gafas podría derivar simplemente de la visión de rayos X de Superman, un artificio de tebeo sin pretensiones científicas.

A veces se identifica la literatura de ciencia-ficción con la novela futurista. Esto no es correcto, pues hay literatura futurista que no tiene nada que ver con la ciencia, como algunas utopías o novelas de ficción política [2]. Por otro lado, hay novelas de ciencia-ficción cuyos argumentos se desenvuelven en el presente o en el pasado. Entre las primeras, podemos citar El extraño caso del Dr. Jekill y Mr. Hyde, Frankenstein, gran parte de la ciencia-ficción de Jules Verne o mi novela Tras el último dinosaurio. Entre las que tienen lugar en el pasado, Un yanqui en la corte del rey Arturo, Caballo de Troya, o mi novela Más allá del agujero negro, entre otras muchas.

Cuando el argumento se refiere a un futuro más o menos remoto, se podría pensar que el autor de una obra de ciencia-ficción tendrá libertad para inventar una ciencia que aún no existe. Esto no es verdad. Una novela en la que desempeñase un papel esencial la solución futura del problema de la cuadratura del círculo con regla y compás, sería una mala obra de ficción científica, porque se sabe que dicho problema no tiene solución. Una novela así no demostraría la imaginación del autor, sino su ignorancia.

Incluso aunque la base científica sea correcta, un libro puede resultar poco satisfactorio si los personajes se comportan de forma estúpida, sin que el autor proporcione una explicación adecuada. En The terminal man, de Michael Crichton, se implanta a un epiléptico un electrodo en el cerebro, conectado a un ordenador, para detectar la proximidad del próximo ataque e inhibirlo antes de que se desencadene. Esta idea surgió inicialmente en medios científicos serios. Sin embargo, los médicos encargados de instalar el implante deciden conectar la señal generada por el ordenador al centro de placer del paciente, en lugar de hacerlo al del dolor, como sería lógico, si se quiere producir una inhibición y no un refuerzo. Los resultados son predecibles: el paciente queda en estado de ataque permanente y se convierte en un asesino psicópata. La ciencia es correcta, pero el error cometido por los médicos no tiene explicación.

El límite inalcanzable de la velocidad de la luz para el movimiento de los objetos materiales, comprobado por la física del siglo XX, se ha convertido en un impedimento serio para la novela de ciencia-ficción, pues dificulta los viajes a las estrellas. Para construir argumentos, a veces se acude a la contracción temporal asociada a la teoría especial de la relatividad, o se postulan descubrimientos futuros, como el hiperespacio (dimensiones adicionales), el universo de los taquiones (partículas hipotéticas de masa imaginaria que viajarían siempre a velocidades superiores a la de la luz), o la utilización de agujeros negros para trasladarse a grandes distancias en el espacio o incluso en el tiempo. Estos artificios son válidos, porque se apoyan en ideas científicas que, aunque no han sido confirmadas, no se oponen a los principios básicos de la ciencia.

A veces puede parecer, a primera vista, que la base científica de una novela es errónea, pero al profundizar se descubre que en realidad estaba bien construida. Algo así pasa con la trilogía del Ciclo de las Tierras, de Jordi Sierra i Fabra. En el segundo libro, las naves que viajan a la Tierra llegan a ésta en tiempos impredecibles: a veces pasan años, a veces siglos, a veces milenios; todas ellas, sin embargo, regresan a su punto de origen unos pocos años después de haber partido. Al leerlo, pensé que el autor no había entendido las teorías de la contracción temporal de Einstein, pero al llegar al tercer libro el enigma quedó explicado, cuando se aclara que los viajes se realizan a través de un agujero negro. La teoría que aplica el autor no está comprobada, pero no contradice los elementos básicos de la ciencia. Se trata, por tanto, de un ejemplo de buena ficción científica.

El criterio más seguro, el que corona a Jules Verne como rey de la ciencia-ficción, es la habilidad para predecir los desarrollos futuros de la ciencia. Obras como Veinte mil leguas de viaje submarino, De la Tierra a la Luna o París en el siglo XX son inigualables por su asombrosa precisión.

En 1974, Isaac Asimov formuló las tres leyes de la futúrica [3], las reglas que, según él, debería aplicar todo buen escritor de ciencia-ficción:

  1. La historia se repite. Lo que ha ocurrido una vez, volverá a ocurrir. Para mejorar las predicciones, hay que basarse en la Historia.
  2. Si se te ocurre algo obvio, úsalo. Pocos se darán cuenta de que lo era.
  3. Es más importante predecir acertadamente las consecuencias de los avances científicos futuros que los avances mismo. No es mejor predecir el automóvil, sino el problema del aparcamiento; no la bomba atómica, sino el equilibrio nuclear.

Aplicando la tercera ley de Asimov antes de que la formulase en su cuento Solución insatisfactoria, Robert Heinlein predijo en 1941 el proyecto Manhattan, la bomba atómica, su utilización para poner fin a la segunda guerra mundial y el equilibrio nuclear subsiguiente entre las grandes potencias. No está mal, como ejemplo de lo que puede conseguir una ciencia-ficción bien construida.

La literatura de fantasía es un género distinto, que también tiene una larga historia, pues hunde sus raíces en la literatura de transmisión oral y se remonta prácticamente al origen del hombre. La distinción entre fantasía e imaginación, muy clara durante la edad media [4], se ha difuminado en nuestro tiempo. A ambas se las consideraba facultades interiores del alma sensitiva, pero mientras la imaginación se refiere a la capacidad de pensar en algo cuando ese algo no se percibe por los sentidos, la fantasía añade la habilidad de unir y separar, de combinar las imágenes de las cosas conocidas para formar algo nuevo. La literatura fantástica, por tanto, engloba todas aquellas obras en las que el autor combina los elementos de su visión del mundo real para crear mundos nuevos, diferentes del nuestro.

Con esa definición, es obvio que una novela de ciencia-ficción suele ser, al mismo tiempo, una obra de fantasía. Ambos géneros se asocian a menudo. Una revista norteamericana, famosa durante el siglo XX, los une en su nombre: The magazine of fantasy and science fiction. Lo contrario, en cambio, no es cierto: hay muchas novelas de fantasía en las que no interviene la ciencia, o si lo hace, es una ciencia diferente de la nuestra, como ocurre en la serie de Harry Potter, donde el papel de la ciencia lo desempeña una magia tecnificada y reducida a reglas, susceptible de ser aprendida en el colegio.

Después de esta introducción, entramos por fin en el tema sugerido por el título de este artículo: la influencia del cristianismo sobre la literatura de fantasía y de ciencia-ficción. Hay que hacer notar que no es preciso que una obra literaria exponga explícitamente el mensaje cristiano para que pueda considerarse cristiana. Basta que el espíritu de su argumento se adapte al mensaje cristiano o esté influido por él. Viene a cuento aquí una cita del escritor inglés C. S. Lewis en una de sus obras apologéticas [5]: Creo en el cristianismo como creo que ha salido el sol, no sólo porque lo veo, sino porque por él veo todo lo demás.

En relación con el cristianismo, las obras de fantasía y ciencia-ficción se pueden dividir en varios grupos:

A veces, el autor de una novela en cuyo argumento interviene el cristianismo puede ser agnóstico o incluso ateo, en cuyo caso es probable que la fe del personaje aparezca a una luz negativa y tenga sobre él efectos retrógrados o represivos. Citaré como ejemplo la excelente novela de Poul Anderson Orbita ilimitada [10], formada por cuatro partes casi independientes, cada una de las cuales enfrenta a sus protagonistas con dilemas éticos tremendos. Uno de ellos, Joshua Coffin, astronauta reconvertido en colono, es un protestante puritano que cree en un Dios implacable y vive sin gozar de la vida, hasta que la desaparición de su hijo adoptivo le ayuda a resolver sus problemas psicológicos y le permite alcanzar cierto grado de aceptación de sí mismo.

El autor por excelencia de la fantasía y la ciencia-ficción cristiana es C. S. Lewis (1898-1963), famoso también por sus muchas publicaciones apologéticas y de crítica literaria, alguna de las cuales ya ha sido citada en este artículo. En el campo de la fantasía, es autor de las crónicas de Narnia, que describen cómo podría haber tenido lugar la redención en un mundo diferente, al que se ven trasplantados misteriosamente algunos jóvenes de nuestro mundo y de nuestra época. En esta serie de siete novelas, Cristo está representado por el león Aslan. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que el autor no intenta construir una alegoría en la que cada elemento del argumento represente de forma más o menos simbólica algo equivalente del mundo real, sino más bien un paralelo que admite la introducción de diferencias importantes, a conveniencia de las necesidades de la creación literaria. Así, por ejemplo, Aslan no da la vida para salvar a todos los habitantes del mundo de Narnia, sino por uno solo de los niños procedentes del nuestro, que ha traicionado a sus hermanos y se ha hecho acreedor por ello a la pena de muerte.

En realidad, sólo la primera y la última de las crónicas de Narnia expresan explícitamente el mensaje cristiano. Las restantes, que también presentan situaciones y dilemas éticos inspirados por el cristianismo, los enfocan con mucha más libertad. La tercera, por ejemplo, es el típico relato de un viaje por mar inspirado en la Odisea. Utilizando los recursos técnicos actuales, que permiten mezclar sin fisuras la actuación de actores humanos con la animación, toda la serie va a ser adaptada al cine (ya están hechas las dos primeras películas).

Además de las crónicas de Narnia, Lewis escribió tres novelas de ciencia-ficción (más un fragmento que se publicó después de su muerte), conocidas en conjunto como la trilogía de Ransom [11]. En la primera, el protagonista encuentra en el planeta Marte varias especies de seres extraterrestres inteligentes que no están afectadas por el pecado original, pues en opinión del autor éste sería un fenómeno exclusivamente terrestre. En la segunda, Ransom se traslada a Venus, donde se está escenificando de nuevo la historia de Adán y Eva, pues los primeros padres de una nueva especie inteligente van a ser sometidos a la tentación. La tercera novela de la trilogía, que tiene lugar en la Tierra, enfrenta a Ransom con el peligro de una dictadura científica, en la línea de Un mundo feliz, y presenta en forma novelada la preocupación por el futuro de la humanidad que el autor ya había expresado en uno de sus libros apologéticos [12].

La idea de que algunos seres extraterrestres podrían estar exentos del pecado original, que informa las dos primeras partes de la trilogía de Lewis, ha sido aplicada por algún otro autor. Aun cuando yo pienso que el pecado original debe haber sido un suceso con amplitud cósmica, también hice uso de la idea mencionada en una de mis novelas [13], que como la de Lewis se desenvuelve en el planeta Marte. Ray Bradbury, uno de los más famosos escritores norteamericanos del siglo XX, que además de fantasía y ciencia-ficción escribió poesía, novela policíaca y hasta guiones de cine (como el de Moby Dick, en colaboración con John Huston), considera esa posibilidad en sus Crónicas marcianas [14]. En uno de los cuentos independientes que componen esta obra, Los globos de fuego, una comunidad de padres episcopalianos es enviada a Marte para predicar el Evangelio a los marcianos, pero descubren que éstos ya conocen a Dios y no necesitan ayuda. Uno de los frailes dice:

Tal como lo veo, la Verdad existe en todos los planetas... Algún día se combinarán como las piezas de un rompecabezas... Iremos a otros mundos, añadiendo partes a la Verdad, hasta que un día el Total aparezca ante nosotros como la luz de un nuevo día.

Los marcianos de Bradbury no estaban en principio exentos del pecado, pero en el curso de su evolución se han librado del cuerpo y de sus influencias concupiscentes. Esta es la obra de Bradbury que contiene más elementos religiosos explícitos.

En otra novela muy famosa, Fahrenheit 451 (1951), adaptada al cine por Fran‡ois Truffaut, la religión no parece influir en el comportamiento de la sociedad futura que describe, lo que no es extraño, porque todos se pasan la vida pendientes de la televisión y no leen otra cosa que revistas cómicas. En esa sociedad, los libros son peligrosos y deben ser destruidos por los bomberos del futuro, ya que todo libro puede siempre ofender a alguna minoría. Con ello, Bradbury predijo con éxito y con varias décadas de anticipación la tiranía y la censura asfixiante de la corrección política, que afecta con intensidad creciente a nuestra sociedad.

Al final de la novela, el protagonista escapa y descubre que hay otros como él que aman los libros, viven en el exilio y tratan de conservar en su memoria, para las generaciones futuras, los tesoros proscritos. Cuando le preguntan qué obras desea consagrarse a memorizar, menciona dos de los libros de la Biblia: el Eclesiastés y una parte del Apocalipsis.

Cordwainer Smith es el seudónimo del diplomático norteamericano Paul Myron Anthony Linebarger (1913-1966). Es muy conocido en el mundo de la literatura de ciencia-ficción por el ciclo The instrumentality of mankind, formado por 27 historias cortas [15] y una novela (Norstrilia[16]). Sus historias tienen lugar en un futuro muy remoto: después de varios milenios de edad oscura, la humanidad ha conseguido recobrarse de una catástrofe universal (una guerra atómica o algo peor) y formar una civilización galáctica.

Aunque sus primeras producciones no contienen referencias a la religión, pues Linebarger era sólo nominalmente cristiano, hacia 1960 se convirtió en un episcopaliano devoto. Sus últimas producciones apuntan síntomas de que el cristianismo está a punto de resucitar en su civilización galáctica. Sus fieles, que tienen que ocultar su fe, se comunican por medio de símbolos como el pez y la cruz. A pesar del estilo más bien críptico del autor, en alguna de sus obras esta línea argumental desempeña un papel importante, como Norstrilia y en los cuentos que se publicaron en forma de libro bajo el título Quest of the three worlds, que también están incluidos en la recopilación antes mencionada.

Otro de los temas básicos en las obras de Cordwainer Smith, que se entrelaza con el redescubrimiento del cristianismo, es el problema moral que surgiría si el hombre fuese capaz de manipular genéticamente a los animales hasta dotarlos de inteligencia similar a la nuestra. En su civilización galáctica, esto ha ocurrido. Durante milenios, los animales humanizados, la infragente, son tratados como esclavos y tienen que luchar por sus derechos y contra la discriminación:

...Era contra la ley que los animales, aunque se tratase de infragente, fuesen a un hospital humano. Cuando la infragente se ponía enferma, la Instrumentalidad se ocupaba de ellos - en mataderos. Era más fácil engendrar nueva infragente para los trabajos, que reparar a los enfermos. Además, los cuidados tiernos de un hospital podían darles ideas. Como la idea de que también ellos eran gente. [17].

No es extraño que sea precisamente entre la infragente donde comienza a revivir el cristianismo.

El escritor católico Walter M. Miller Jr. (1923-1996) también abordó este tema. Sólo cultivó la ciencia-ficción durante la década de 1950, por lo que su producción es pequeña: se reduce a varias historias cortas y una única novela. Uno de sus cuentos, Condicionalmente humano, plantea precisamente el problema del trato por el hombre de los animales inteligentes (en este caso, un chimpancé).

Un problema moral semejante se plantearía si llegase a ser posible la inteligencia artificial. La cuestión de la extensión de los derechos humanos a los robots es uno de los temas clásicos de la ciencia-ficción, planteado por igual por autores ateos, agnósticos y creyentes [18]. En una de mis obras [19] he ampliado el alcance del problema, extendiéndolo también a posibles seres inteligentes del futuro, que sólo existirían dentro de un programa de ordenador, en el que habrían surgido como consecuencia de experimentos de vida artificial, una de las ramas de la informática.

Esta novela plantea un paralelo a cuatro niveles entre la creatividad humana y el universo en que vivimos. En el nivel más bajo (el primer escalón de la escala) están los personajes que forman parte del programa de vida artificial, que simula procesos históricos parecidos a los nuestros. El segundo escalón está ocupado por los programadores y técnicos que han creado el programa de vida artificial (y por tanto a los personajes del primer escalón), que se plantean si debe concederse a éstos los derechos humanos. En un momento de la discusión, surge la posibilidad de que ellos tampoco existan en el mundo real, pues podrían ser (como son, en realidad) los personajes de una novela escrita por un autor humano (yo mismo). Esto introduce el tercer escalón, que no es otra cosa que nuestro universo. Finalmente, el cuarto escalón corresponde a Dios, creador del universo, como yo soy el creador de mi novela y de los dos primeros escalones.

Tres párrafos más atrás he mencionado que Walter M. Miller Jr. escribió una única novela: Un cántico a San Leibowitz, una de las obras maestras de la ciencia-ficción de todos los tiempos. Su argumento aborda desde el punto de vista católico uno de los temas típicos del género: la recuperación de la humanidad después de una guerra atómica. En un mundo destrozado, cuyos supervivientes abominan de la ciencia y del conocimiento y destruyen los libros (en la línea de Fahrenheit 451, pero por otro motivo), un antiguo científico, Leibowitz, funda una nueva orden religiosa cuyo objetivo es impedir el colapso total y preparar la recuperación futura, a base de copiar unos libros que ya nadie entiende. Se repite así el papel de depósito del conocimiento que ya desempeñaron las órdenes religiosas después de la caída del imperio romano de occidente.

La novela se divide en tres partes: Fiat homo, que sigue las andanzas de un monje de la orden de Leibowitz en plena edad oscura; Fiat lux, que tiene lugar algunos siglos después, cuando hay indicios de que está a punto de producirse un nuevo renacimiento; y Fiat voluntas tua, que cierra el ciclo con una humanidad que ha recuperado un nivel tecnológico igual o mayor que el nuestro, pero que vuelve a tropezar en la misma piedra y se destruye de nuevo en una segunda guerra atómica. Esta vez, sin embargo, la humanidad ha conseguido trasplantarse a otros sistemas planetarios, lo que ofrece alguna esperanza. Una de las últimas escenas de la novela describe la partida de una nave espacial que lleva a las colonias estelares a los últimos miembros de la orden de Leibowitz, junto con tres obispos, que garantizarán la sucesión apostólica.

El posible contacto del hombre con seres extraterrestres inteligentes plantearía problemas morales parecidos a los de la inteligencia artificial o la manipulación genética de los animales, como daba a entender la película de ciencia-ficción de Steven Spielberg, E. T. La escritora Zenna Henderson (1917-1983) centra en esto su ciclo más conocido, una serie de diecisiete historias cortas [20] sobre la gente (the people), unos extraterrestres que habrían llegado a la Tierra huyendo de la destrucción de su mundo y aquí se ven perseguidos porque son diferentes (pueden volar y tienen poderes telepáticos). La persecución recuerda las famosas cazas de brujas de los siglos XVII y XVIII, y nos avisa de que estas cosas también pueden suceder en nuestro tiempo, como quiso decir C. S. Lewis en su famosa cita: No es un avance moral que no ejecutemos [a las brujas] si es porque no creemos en ellas [21].

Los extraterrestres de Zenna Henderson creen en Dios y se identifican con el mensaje cristiano. La autora fue miembro de la iglesia de los santos de los últimos días (los mormones), aunque a lo largo de su vida parece haber perdido contacto con ellos y haber pasado a una iglesia de línea más carismática.

También se centra en estos problemas la serie de novelas de Orson Scott Card alrededor del personaje de Ender [22], un niño en el que los gobernantes de la Tierra detectan las características de un genio militar y lo educan para que se convierta en el conductor del ataque contra una civilización extraterrestre que se ha enfrentado a la nuestra. El resultado de la guerra es el exterminio de dicha civilización, pero Ender, que al principio es vitoreado como salvador, se convierte con el tiempo en el xenocida y pasa el resto de su vida tratando de remediar el daño que ha hecho. En la cuarta novela de la serie, la humanidad se enfrenta de nuevo con la posibilidad de cometer un nuevo xenocidio, y es un Ender ya adulto quien ahora salva a las dos civilizaciones extraterrestres amenazadas y a una forma de inteligencia artificial que ha surgido espontáneamente sobre las redes de comunicaciones interestelares de la Tierra.

Orson Scott Card pertenece a la iglesia de los mormones, de la que es miembro activo, aunque se doctoró en la universidad católica de Notre Dame. Su historial religioso se transparenta en sus obras: Ender es hijo del matrimonio mixto entre un padre católico y una madre mormona. En la última novela de la serie, ingresa como lego en un monasterio católico en un planeta lejano. Además de la serie de Ender y otras novelas independientes, Card ha escrito también una serie de fantasía alrededor del personaje Alvin Maker, que hasta el momento consta de seis novelas.

Lois McMaster Bujold es otra autora reciente que aborda temas morales importantes en sus libros de fantasía y ciencia-ficción. Su famosa serie de Vorkosigan, perteneciente a este último género, puede considerarse desde el principio y en general como un alegato contra el aborto. Durante su embarazo, la madre de Miles Vorkosigan es víctima de un atentado con gases venenosos del que escapa ilesa, pero el feto queda afectado. A pesar de todas las presiones que recibe (especialmente de su suegro) para que ponga fin a su vida, ella se empeña en que nazca el niño, que se convierte en un joven deforme y enano, con huesos quebradizos pero con una inteligencia excepcional, que le lleva a los diecisiete años a convertirse en almirante de una flota espacial, a participar en batallas y aventuras sin cuento, y a ser nombrado a los treinta años consejero y auditor del emperador de su planeta, y a casarse con una mujer excepcional. Miles, por supuesto, lucha activamente contra el aborto y el infanticidio [23].

McMaster Bujold ha contribuido también al campo de la fantasía con la serie de novelas de Chalion, la primera de las cuales [24] es una de las mejores de los últimos años en este género. Pertenece a esa rara categoría, que también incluye a El Señor de los Anillos de Tolkien, Perelandra de C. S. Lewis, Un cántico a San Leibowitz de Miller u Orbita ilimitada de Anderson, que combina una interesante trama de aventuras con importantes dilemas éticos y cuestiones profundas sobre la naturaleza del hombre y de Dios. En esta novela, tan hábilmente diseñada como la saga de Vorkosigan, la autora ha llevado más lejos que nadie los límites de la subcreación tal como la definió Tolkien [25], y nos presenta un universo imaginario con un Dios propio, que en vez de tres personas tiene cinco. Sin embargo, bajo las diferencias superficiales, este Dios no es irreconocible.

Cazaril [26], el héroe, es claramente una figura de Cristo: su muerte se convierte en una rasgadura entre los mundos material y espiritual, a través de la cual una de las personas divinas entra en el primero para levantar la maldición de Chalion, una especie de pecado original. Además, de algún modo, Cazaril resucita. El paralelo no interfiere con las líneas lógicas del argumento, sino que está sólidamente integrado con ellas, o quizá se podría decir que es el argumento el que integra el mensaje y lo hace tomar una forma apropiada para el mundo descrito por la autora, que así exhibe su maestría literaria. El libro está trufado de perlas que vale la pena recordar, de las que citaré unas pocas:

[Dios] no concede los milagros para que se cumplan nuestros propósitos, sino los suyos.

Empezó a sospechar que la oración... consiste en poner un pie delante del otro. Seguir moviéndose a pesar de todo.

Los hombres pueden elegir: quizá no, si se puede resistir, pero siempre, cómo se puede resistir.

Si [Dios] está de nuestra parte... ¿podemos fracasar?... Sí... y si fracasamos, [Dios] fracasa también.

Al Dios (o los dioses) de La maldición de Chalion se le puede achacar ser un creador impotente, que para conseguir sus objetivos depende exclusivamente de los seres humanos. Nosotros pensamos que Dios puede interaccionar de otras formas con el universo para llevar a efecto su providencia, aunque a la vista de muchas cosas que ocurren en el mundo parece como si hubiese decidido abstenerse de actuar directamente cuando tiene la posibilidad de hacerlo a través nuestro, incluso aunque nosotros podamos fallarle.

He mencionado El Señor de los Anillos, que para pasmo de muchos críticos ha sido elegida en varias votaciones realizadas en el mundo anglosajón como la obra literaria más importante del siglo XX, cuya reciente adaptación al cine en la trilogía dirigida por Peter Jackson también ha roto moldes en la tecnología fílmica. Su autor, J. R. R. Tolkien, era católico practicante y miembro del grupo de escritores y amigos de Oxford conocido como los inklings, al que también pertenecían C. S. Lewis y Charles Williams. Por ello se ha querido ver en su obra una alegoría del mensaje cristiano, cosa que él siempre negó, aunque es evidente que existen muchos paralelos más o menos conscientes. La obra describe la eterna lucha entre el bien y el mal, representado por Sauron, que como Señor de los Anillos da nombre a la novela, aunque nunca aparece explícitamente en ella como un personaje más (un gran acierto de Tolkien). Gandalf, uno de los protagonistas, da la vida por salvar a sus amigos para resucitar más tarde, pero no representa directamente a Cristo, como sí lo hace Aslan en las crónicas de Narnia, pues no se trata de Dios hecho hombre, sino de un ser de menor rango del mundo espiritual, podríamos decir angélico.

Además de ésta, su obra maestra, Tolkien intentó construir en El Silmarilion una nueva mitología, claramente influida también por el cristianismo, que dejó inconclusa y se publicó después de su muerte.

Terminaremos este repaso necesariamente incompleto de las influencias del cristianismo en la literatura de fantasía con una mirada a la serie de Harry Potter, de la escritora británica J. K. Rowling, que se ha convertido en el fenómeno editorial más espectacular de las postrimerías del siglo XX y los principios del XXI. En las entrevistas que ha concedido, la autora no oculta su cristianismo y reconoce las Crónicas de Narnia de C. S. Lewis como su principal influencia. De hecho, leyendo sus libros, las referencias cristianas saltan a la vista, si se sabe buscarlas. Veamos algunas:

Como en el caso de El Señor de los Anillos o las Crónicas de Narnia, tampoco la serie de Harry Potter es una alegoría. Buscar significado a cada uno de sus elementos sería buscarle tres pies al gato.

La lista de autores mencionados en los párrafos anteriores resulta impresionante y muestra que la influencia del cristianismo sobre los dos géneros objeto de nuestra atención, lejos de ser trivial o de disminuir con el tiempo, es importante y se mantiene. Entre los autores cristianos de fantasía y ciencia-ficción, muchos de los cuales no han sido mencionados aquí, se cuentan algunos de los más importantes de la literatura contemporánea, así como autores de best-sellers y otros menos conocidos o difundidos. En conjunto forman, como debe ser, una muestra coherente y significativa de nuestra sociedad.

Referencias

[1] Edgar Rice Burroughs, que además de la serie sobre Tarzán de los Monos escribió también novelas de ciencia-ficción, utiliza a menudo este artificio.
[2] William Morris, News from nowhere, 1890.
[3] Isaac Asimov, Of matters great and small, 1975.
[4] C. S. Lewis, The discarded image, Cambridge University Press, 1964.
[5] C. S. Lewis, Is theology poetry?, 1944, contenida en la colección The weight of glory.
[6] Isaac Asimov, The last question, 1956, historia breve actualmente incluida en varias antologías.
[7] Frank Herbert y Bill Ransom, The Jesus incident, 1979, donde el dios engendrado por los seres humanos es una inteligencia artificial (Ship). Los títulos de esta novela y de sus dos continuaciones, The Lazarus effect y The Ascension factor, denotan claras connotaciones religiosas.
[8] Manuel Alfonseca, El mito del progreso en la evolución de la ciencia, publicado en Encuentros Multidisciplinares, Ene.-Abr. 1999, y en Mundo Científico, May. 1999, con el título ¿Progresa indefinidamente la Ciencia?, disponible en formato electrónico en http://www.ii.uam.es/~alfonsec/docs/fin.htm.
[9] Philip Pullman, Northern lights, (The golden compass en U.S.A.), 1995.
[10] Poul Anderson, Orbit unlimited, 1961.
[11] C. S. Lewis, Out of the silent planet, 1938; Perelandra, 1943; That hideous strength, 1945.
[12] C. S. Lewis, The abolition of man, 1943.
[13] Manuel Alfonseca, Bajo un cielo anaranjado, S.M., 1993, disponible en formato electrónico en http://www.ii.uam.es/~alfonsec/books.htm.
[14] Ray Bradbury, The martian chronicles, 1951.
[15] Cordwainer Smith, The rediscovery of man, The NESFA Press, Framigan, 1993.
[16] Norstrilia fue publicada durante los años sesenta, primero en dos entregas en revistas del ramo, después como dos libros independientes. No apareció como novela completa, con ese título, hasta más de una década después de la muerte del autor y se convirtió rápidamente en un clásico de la ciencia-ficción.
[17] Cordwainer Smith, The dead lady of Clown Town, incluida en la colección referenciada en la nota anterior.
[18] Isaac Asimov, The bicentennial man, 1976.
[19] Manuel Alfonseca, La escala de Jacob, S.M., 2001, disponible en formato electrónico en http://www.ii.uam.es/~alfonsec/books.htm.
[20] Zenna Henderson, Ingathering: The complete People stories, 1995.
[21] C. S. Lewis, Mere Christianity, 1952.
[22] Orson Scott Card, Ender's game, 1985; Speaker for the dead, 1986; Xenocide, 1991; Children of the mind, 1996; junto con otras cinco novelas relacionadas más lateralmente, la última de las cuales se publicó en 2007.
[23] Lois McMaster Bujold, Mountains of mourning, 1988.
[24] Lois McMaster Bujold, The curse of Chalion, 2001.
[25] J. R. R. Tolkien, On fairie stories, 1938.
[26] Kazarios, en griego, significa puro, limpio. El nombre es adecuado al personaje.
[27] J. K. Rowling, Harry Potter and the chamber of secrets, 1998.
[28] J. K. Rowling, Harry Potter and the deathly hallows, 2007.