CÓMO SE DIVULGA LA CIENCIA: ¿HABRÍA SIDO POSIBLE LA CIENCIA SIN LA FE?

 

MANUEL ALFONSECA MORENO

Profesor honorario de la Universidad Autónoma de Madrid

 

RESUMEN

Revisión de la importancia de la divulgación científica para evitar que la ciencia se convierta en algo esotérico para el hombre de la calle, y análisis de los peligros para la ciencia moderna, consiguientes a la pérdida de las raíces cristianas de nuestra civilización.

SUMMARY

A review of the importance of scientific popularization to prevent science from becoming esoteric for non-scientific people, followed by an analysis of the hazards for modern science, subsequent to the loss of the Christian roots of our civilization.

TEXTO

Mi colaboración con Religión y Cultura comenzó en 1995 con la publicación de mi primer artículo (La religión en las autopistas de la información) en esta revista, poco después de que el padre Herminio de la Red, recientemente fallecido, fuese nombrado director. En el año 2000, el padre Herminio me introdujo en el consejo asesor, al que he pertenecido durante quince años, encargándome principalmente de sugerir posibles colaboraciones sobre temas científicos, que hasta entonces habían sido muy escasas, y de asesorar sobre la implementación de una web para la revista. Me gustaría que este, mi duodécimo artículo publicado en Religión y Cultura y en su último número, sirva como homenaje al padre Herminio, en recuerdo de una larga y fructífera colaboración.

Cómo se divulga la ciencia

El interés por el mundo que le rodea, la curiosidad por averiguar las causas de los fenómenos naturales, son tan antiguos como el hombre. Es cierto que, en sentido estricto, no se puede hablar de ciencia hasta la invención de la escritura, pues los conocimientos comunicados mediante transmisión oral eran desorganizados, imprecisos y fragmentarios. Para que aparezca y avance la ciencia, el bagaje de conocimientos debe constituir un todo coherente y ordenado, lo que era casi imposible antes de que se utilizasen medios de almacenamiento de información más permanentes que la memoria humana.

En cuanto aparecieron sistemas de escritura en Oriente medio, la India, China y América, comenzaron a desarrollarse las ciencias. Las primeras en aparecer fueron la medicina, las matemáticas y la astrología. Surgieron por razones prácticas: para curar enfermedades, para el buen manejo de la economía y la agrimensura, para predecir fenómenos naturales relacionados con el ciclo de las estaciones. Las ciencias de la naturaleza (física, química, biología, geología) eran menos necesarias para las primeras sociedades humanas, por lo que sólo se remontan hasta la civilización griega.

Durante siglos, todas las ciencias tuvieron un carácter marcadamente esotérico. Su conocimiento era patrimonio de unos pocos, que procuraban mantener el secreto para aumentar su prestigio. El juramento pitagórico, por ejemplo, prohibía a los miembros de esta escuela divulgar la existencia de los números irracionales. En la alquimia, la química primitiva, que tuvo mucho auge en la civilización islámica y en la Edad Media occidental, sus adeptos debían estudiar durante muchos años antes de poder descifrar los textos de la materia con ayuda de un maestro. Durante los primeros cinco mil años de la historia, la divulgación científica casi no existía.

Había razones para ello. Los libros eran escasos y caros. La mayor parte de la población era analfabeta. No era posible poner los conocimientos científicos al alcance de todos. Con la invención de la imprenta, la situación cambió. Por fin podía acometerse la empresa de enseñar a leer y escribir a todo el mundo. El proceso fue lento, duró siglos, pero a mediados del siglo XIX estaba lo bastante avanzado como para que aparecieran los primeros intentos serios de divulgación científica.

La primera ciencia que se divulgó fue la astronomía, como cinco mil años antes encabezó la lista de las ciencias. Es fácil comprender por qué: los aficionados a la astronomía sólo necesitan paciencia y un telescopio. El número de astros es tan grande y el campo de estudio tan vasto, que es frecuente que una persona sin formación especial inscriba su nombre en los anales de la astronomía como descubridor de un cometa o de un asteroide. Aun hoy, cuando proliferan los telescopios gigantes y espaciales, la contribución de los aficionados no es desdeñable.

Entre los divulgadores de la astronomía a finales del siglo XIX y principios del XX, mencionaré dos europeos: el francés Camille Flammarion y el barcelonés José Comas y Solá, fundador de la sociedad astronómica de España y América. Pero fue especialmente en los Estados Unidos donde la divulgación científica alcanzó la máxima expansión e importancia. En 1845, Rufus Porter, inventor de Nueva Inglaterra, fundó la revista Scientific American para describir los últimos inventos y descubrimientos técnicos, que en 1850 ya se había diversificado hacia otras ciencias y alcanzaba una tirada de 30.000 ejemplares. Hoy, más de siglo y medio después de su fundación, Scientific American es la revista de divulgación científica de más prestigio y se traduce a muchos idiomas.

A principios del siglo XX, el interés por la ciencia se plasmó en la difusión de un nuevo género literario, la novela de ficción científica o ciencia-ficción. Sus mejores publicaciones periódicas, como Galaxy o The magazine of Fantasy and Science Fiction, reconocieron que el interés de sus lectores se originaba en su curiosidad por la ciencia. A partir de los años cincuenta, estas revistas incluían artículos de divulgación firmados por nombres que pronto alcanzaron prestigio mundial, como Willy Ley, Arthur C. Clarke e Isaac Asimov.

A medida que avanzaba el siglo XX, el interés por la divulgación científica aumentó. Proliferaron revistas especializadas y muchos medios de comunicación dedicaron una sección permanente a estos temas. Los programas de divulgación alcanzaron en televisión las cotas más altas de audiencia. Entre las series más populares podemos citar Cosmos, del astrónomo norteamericano Carl Sagan, así como numerosas películas y series dedicadas al mundo submarino, realizadas por el francés Jacques-Yves Cousteau, inventor de la escafandra autónoma y de la televisión submarina, que fue durante muchos años director del Museo Oceanográfico de Mónaco. En España fueron pioneros Manuel Calvo Hernando, autor de numerosos artículos periodísticos, y Luis Miravitlles en Televisión Española. Resalta también la labor de Félix Rodríguez de la Fuente, que filmó varias series de televisión de éxito mundial.

En los últimos veinte años, el interés por la divulgación científica ha disminuido de forma preocupante. Quizá no sea ajena a ello la pérdida de prestigio de la ciencia, a la que el hombre de la calle tiende a considerar culpable de muchas amenazas, como la proliferación de armas nucleares, la destrucción descontrolada del medio ambiente, o el cambio climático. En los medios de comunicación han desaparecido muchas secciones fijas dedicadas a la divulgación científica, y los libros de divulgación ya no alcanzan éxitos de venta, con algunas excepciones relacionadas sobre todo con la salud.

Al mismo tiempo, se detecta menor seriedad en el tratamiento de las noticias técnicas y científicas en los medios, que a menudo se publican con errores de bulto, que inducen a error al lego. Valga como ejemplo esta noticia, publicada en un diario de difusión nacional el 20/11/2007 con el título El Jugene, el ordenador civil más potente y ecológico del mundo, es alemán[1], en la que atribuía a dicho ordenador una capacidad de cálculo de 167.000 millones de teraflops, cifra errónea, pues está exagerada en nueve órdenes de magnitud. Raro es el día en que no ocurre algo parecido.

Pero el mayor problema de la divulgación científica actual es que da por descontado que la ciencia y la religión son incompatibles, abrazando incondicionalmente el ateísmo. Por eso, para los científicos creyentes (que son muchos, pues en Estados Unidos alrededor de la mitad dice creer en Dios o en algún espíritu universal[2]), es importante dedicar parte de sus esfuerzos a la divulgación científica, para contrarrestar esta tendencia[3].

El ateísmo militante que domina los medios de comunicación ha conseguido imponer a la opinión pública la sensación de que ciencia y religión son enemigos irreconciliables. Esta idea ha calado profundamente en la imaginación colectiva de nuestra civilización, pero no es cierta, como expliqué con detalle en un artículo anterior en esta revista[4].

¿Habría sido posible la ciencia sin la fe?

Si se estudia un poco la historia, la conclusión a la que se llega es precisamente la contraria. No sólo la fe y la ciencia no son incompatibles: es muy probable que, sin la fe, el desarrollo científico de nuestra civilización no hubiera llegado a existir. Para comprobarlo basta considerar que, de todas las civilizaciones humanas (que han sido muchas), la única que ha tenido un desarrollo científico progresivo que hasta ahora parecía imparable ha sido la nuestra, la civilización cristiana occidental.

·         Las civilizaciones de primera generación (egipcia, sumeria y las americanas de Centroamérica y el Perú) realizaron casi todos sus avances científicos en los campos de las matemáticas, la astronomía y la medicina, durante los primeros siglos de su existencia. Luego cayeron en un periodo de estabilización cultural que duró milenios (especialmente en Egipto), durante el que las ciencias apenas experimentaron ningún adelanto.

·         En las civilizaciones de segunda generación (china, hindú, neobabilónica y griega) aparecieron por primera vez la filosofía y las ciencias de la naturaleza, pero tampoco se dio un avance científico permanente. La cultura china, por ejemplo, que aportó numerosos descubrimientos científico-técnicos como la imprenta y la pólvora, después permaneció prácticamente estancada durante un milenio. Incluso en la cultura greco-romana, de la que desciende la nuestra, los avances tuvieron lugar entre los siglos V y III antes de Cristo, después de lo cual se detuvieron casi por completo, con un ligero repunte en el siglo II de nuestra era, centrado casi exclusivamente en la ciudad de Alejandría.

·         En las civilizaciones de tercera generación (islámica y occidental), la primera experimentó importantes avances científicos durante los primeros siglos de su existencia, cayendo después en un marasmo que duró casi un milenio. Sólo en nuestra civilización se ha producido un avance científico imparable (hasta ahora) que ya dura cinco siglos y que ha superado ampliamente a todas las civilizaciones anteriores, dando lugar primero a la revolución industrial, y luego a la revolución informática, que han supuesto para la historia humana un cambio tan esencial e importante como la revolución neolítica, cuyas raíces se hunden en la prehistoria.

¿Por qué esa diferencia entre nuestra civilización y las que la precedieron, que resulta evidente al estudiar la historia de la ciencia? ¿A qué se debe que sólo una civilización entre las diez más importantes de la historia haya experimentado una época de progreso científico imparable? ¿Tiene el cristianismo algo que ver con ello?

Existen numerosas razones para contestar afirmativamente a la última pregunta[5]. En todas las civilizaciones de primera y segunda generación dominó una imagen del mundo (una cosmología) que es incompatible con el desarrollo científico sostenido. Se trata de la cosmología cíclica, que parte de la base de que la historia del cosmos es un proceso repetitivo, que pasa muchas veces por las mismas fases. A veces se llega a afirmar que las mismas cosas ocurren una y otra vez, que las mismas personas nacen y mueren muchas veces (metempsícosis). La cosmología cíclica es incompatible con el avance científico progresivo, porque da pie a una idea pesimista y derrotista que expresa muy bien el capítulo 1 del Eclesiastés:

5.      El sol sale, el sol se pone, y no piensa más que en salir de nuevo.

6.      Va el viento hacia el sur, y luego gira al norte, y girando y girando, vuelve sobre sus giros.

7.      Todos los ríos van al mar y el mar jamás se llena; por los mismos cauces que veían sus caudales ha pasado de nuevo su curso.

8.      Hay mucho que decir, uno se cansaría de tanto hablar; El ojo no terminará de ver, el oído nunca terminará de oír,

9.      pero lo que pasará es lo que ya pasó, y todo lo que se hará ha sido ya hecho. ¡No hay nada nuevo bajo el sol!

¿Para qué molestarse en descubrir cosas nuevas, si todo ha sido descubierto ya y, si se ha olvidado, volverá a olvidarse? Veamos cómo lo expresa Marco Aurelio, uno de los principales representantes de la corriente filosófica estoica, de origen griego, pero que alcanzó su máxima expresión en Roma:

[El alma racional] recorre el mundo entero, el vacío que lo circunda y su forma; se extiende en la infinidad del tiempo, acoge en torno suyo el renacimiento periódico del conjunto universal, calcula y se da cuenta de que nada nuevo verán nuestros descendientes, al igual que tampoco vieron nuestros antepasados nada más extraordinario, sino que, en cierto modo, el cuarentón, por poca inteligencia que tenga, ha visto todo el pasado y el futuro según la uniformidad de las cosas.[6]

Entre todas las civilizaciones antiguas, un sólo pueblo no se dejó arrastrar por la cosmología cíclica, aunque sí se vio algo influido por ella, como demuestra la cita anterior del Eclesiastés. El pueblo hebreo adoptó una cosmología completamente diferente, un concepto lineal de la historia, con un comienzo y un final. Esto fue consecuencia de su convicción de ser el pueblo elegido por Dios, depositario de una Alianza. Su cosmología, lejos de ser cíclica, como la de las civilizaciones vecinas, comienza con la creación a partir del caos y termina con la consagración de Israel como líder supremo de todos los pueblos, momento en el cual el mundo volverá a su situación primigenia edénica y permanecerá en ella para siempre. La cultura hebrea, sin embargo, no conoció ningún desarrollo científico y muy poca actividad filosófica.

El Cristianismo, sucesor del pueblo hebreo desde el punto de vista teológico, se extendió por el territorio del Imperio Romano y consiguió realizar la síntesis de dos culturas muy diferentes, aunque su génesis fue, sobre todo, consecuencia de un hecho histórico crucial:

a)     De la cultura hebrea adoptó la visión lineal de la historia.

b)    De la cultura greco-romana adoptó la filosofía griega (especialmente la de Platón y Aristóteles) y el derecho romano.

c)     El hecho histórico básico en que se basó el Cristianismo fue la Encarnación de Dios en Jesucristo, su muerte y su resurrección.

San Agustín de Hipona nos proporciona un buen ejemplo de los dos primeros puntos, aunque no fue el primero ni el último en intentar su síntesis. Por una parte afirma que el perpetuo retorno es consecuencia de la creencia en la perpetuidad del mundo, pero si partimos de la base de que hubo creación, no tiene sentido creer que todo se repite. La humanidad tuvo principio y se dirige hacia un final absoluto. Lo que empezó en el tiempo se consuma en la eternidad[7]. Por otra parte, San Agustín realiza una excelente síntesis entre la fe cristiana y la filosofía griega (representada por las ideas de Platón o por el neo-platonismo de Plotino), sólo superada por la que llevó a cabo Santo Tomás de Aquino algunos siglos después, a partir de la filosofía de Aristóteles.

La Encarnación es un hecho sin precedentes, un hecho histórico único e irrepetible[8]. Aunque en otras religiones, como el hinduismo, se admite la posibilidad de que Dios se encarne en un hombre (piénsese, por ejemplo, en los diez avatares de Visnú), en ningún caso se trata de hechos históricos: los cinco primeros avatares son claramente míticos, el último aún no ha tenido lugar, y de los cuatro intermedios, en los que Visnú se habría encarnado en un ser humano (Parasurama, Rama, Krishna y Buda), sólo el último fue un personaje histórico, y por cierto, habría sido el primero en negar el supuesto carácter de avatar de Visnú que le han atribuido los miembros de una religión diferente a la suya. La multiplicidad de los avatares de Visnú, combinada con el carácter cíclico del cosmos, nos lleva a una escena en la que Dios se ha encarnado infinitas veces, pero siempre fuera de la historia. Cristo, en cambio, vivió en tiempos de Poncio Pilatos y afirmó claramente y sin lugar a dudas su carácter divino.

Esta mezcla de dos culturas con un hecho fundacional, la unión de Dios con el mundo, clave en la historia de la humanidad, fue el caldo de cultivo en el que se desarrolló la ciencia moderna, especialmente desde el redescubrimiento de Aristóteles alrededor del siglo XII.

Una sola civilización, aparte de la cristiana occidental, la islámica, compartió los dos primeros puntos mencionados: la visión lineal de la historia y la influencia de la filosofía griega. De hecho, durante los primeros siglos de su existencia, la civilización islámica realizó importantes avances científicos, sobre todo en los campos de la astronomía, las matemáticas, la medicina y la alquimia. Sin embargo, como todas las demás civilizaciones, acabó cayendo en el estancamiento. Pienso que el motivo principal de ello es que le faltaba la tercera componente, la interacción directa de Dios con el hombre, su Encarnación en una sola persona que compartía las dos naturalezas, cosa que los musulmanes no admiten, ni para Cristo, ni para su profeta Mahoma.

¿Por qué este hecho histórico único y sin precedentes favoreció el avance imparable de la ciencia occidental, que nos ha llevado primero a la revolución industrial, después a la revolución informática? Porque la Encarnación de Dios en Jesucristo, entre otras cosas, ha elevado la dignidad del hombre y de la creación muy por encima de donde estaba:

·         El hombre ha alcanzado la dignidad asombrosa de que Dios haya decidido hacerse uno de nosotros.

·         Y el cosmos no puede ser una ilusión ni algo sin importancia, como sostienen las concepciones del mundo cíclicas y pesimistas, sino una obra digna de que su Autor se integre en ella.

El cristianismo ha hecho posible el desarrollo desmesurado de la ciencia porque las dos afirmaciones siguientes desempeñan un papel fundamental en nuestra concepción del mundo:

1.      El universo ha sido creado por Dios. Y como Dios es un ser racional, ha creado un universo racionalmente comprensible, sujeto a leyes que pueden expresarse de forma lógica. Al hacerlo, sin embargo, Dios pudo haber creado (quizá lo ha hecho) universos sometidos a leyes muy diferentes.

2.      El hombre, como ser racional creado a imagen y semejanza de Dios, es capaz de descubrir y de comprender cuáles son las leyes de que Dios ha dotado al universo, entre todas las posibles. Para conseguirlo, tiene que recurrir a la experimentación.

Fue precisamente esa capacidad de descubrir y de comprender las leyes del universo mediante la experimentación, reconocida y fomentada por la Iglesia, la que ha desencadenado la revolución científica, en la que todavía nos encontramos.

Pero el mundo moderno, la civilización occidental, parece estar abandonando sus convicciones cristianas. ¿Qué significa esto para la evolución futura de la ciencia? ¿Acaso una evolución que comenzó gracias al impulso del cristianismo será capaz de resistir a la pérdida de sus raíces, o quizá le pasará lo mismo que a todas las demás civilizaciones, que después de alcanzar cierto desarrollo científico se estancaron para siempre?

Es curioso que, con la pérdida del impulso debido al cristianismo, hayan vuelto a surgir las concepciones cíclicas de la historia, incluso en un filósofo como Nietzsche que, al apoyarse en el evolucionismo para predecir la futura suplantación del hombre por el superhombre, debería ser a priori el más inmune a ello:

Y esa araña que se arrastra lentamente a la luz de la luna, y esa misma luz lunar, y tú y yo, que estamos delante de esta puerta charlando sobre cosas eternas, ¿no tenemos que haber existido ya todos nosotros alguna vez? ¿Y no tenemos que venir de nuevo y recorrer esa otra senda que se extiende ante nosotros hacia adelante, esa senda larga y horrible? ¿No tendremos que retornar eternamente?[9]

De igual manera, los cosmólogos ateos del siglo XX han expresado a menudo su preferencia por una cosmología cíclica, que en su opinión haría innecesario recurrir a Dios para explicar la existencia del universo. Y aunque las teorías más o menos cíclicas (desde la cosmología estacionaria hasta la alternancia del Big Bang y el Big Crunch) han ido siendo abandonadas como consecuencia de los datos cada vez más detallados de que disponemos sobre el origen y el futuro del universo, continuamente surgen otras nuevas que las sustituyen[10].

Ante la pérdida de las raíces de nuestra civilización, puede adoptarse una postura pesimista, tanto respecto a la evolución futura de la ciencia, como al futuro del catolicismo. Sin embargo, creo que la postura más sensata es la que adoptó Christopher Dawson en un artículo publicado hace 77 años e incluido posteriormente en su famoso libro Dynamics of World History, antes mencionado:

En comparación con el optimismo del liberalismo, la visión cristiana de la vida y la interpretación cristiana de la historia son profundamente trágicas. El verdadero progreso de la historia es un misterio que se cumple con el fracaso y el sufrimiento y no será revelado hasta el fin de los tiempos. La victoria que vence al mundo no es el éxito, sino la fe, y sólo el ojo de la fe comprende el valor de la historia...

Nadie sabe adónde va Europa y no hay ley de la historia que permita predecir el futuro. Y el futuro no está en nuestras manos, porque el mundo es gobernado por poderes que no conoce, y los hombres que parecen hacer la historia son en realidad sus criaturas. Pero el destino de la Iglesia no es éste. Ella ha sido el huésped y el exiliado, el amo y el mártir de naciones y civilizaciones y ha sobrevivido a todas. Y en todas las épocas y entre todos los pueblos, es su misión seguir con el trabajo de restauración y regeneración divina, que es el verdadero fin de la historia.[11]



[1] http://www.abc.es/hemeroteca/historico-20-11-2007/abc/Tecnologia/el-jugene-el-ordenador-civil-mas-potente-y-ecologico-del-mundo-es-aleman_1641382848071.html

[2] http://www.pewforum.org/Science-and-Bioethics/Scientists-and-Belief.aspx

[3] Como ejemplo de esta actividad ofrezco mi propio blog de divulgación científica: http://divulciencia.blogspot.com

[4] «Ciencia y Religión: ¿oposición verdadera o enfrentamiento interesado?» Religión y Cultura, Vol. LVI:253-254, Abr.-Sep. 2010, pp. 503-522, http://www.revistareligionycultura.com/pdf/vol.LVI-253-254/#503.

[5] Véase Ignacio Sols, «¿Qué debe la ciencia a la cultura cristiana?» en 60 preguntas sobre ciencia y fe contestadas por 26 profesores de universidad, ed. Francisco José Soler Gil y Manuel Alfonseca, Stella Maris, Barcelona, 2014.

[6] Marco Aurelio, Meditaciones, XI.1, Alianza Editorial, 1985. Traducción Antonio Guzmán Guerra.

[7] San Agustín, La ciudad de Dios, XII:XI-XX, especialmente XIV.

[8] Véase Christopher Dawson, Dynamics of world history, 1957. ISI Books, Wilmintong, Delaware.

[9] Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra, III parte,2,2, Ediciones Busma, 1983.

[10] Andrew Grant, «Time’s arrow», Science News, 188:2, 25 July 2015.

[11] Christopher Dawson, Dynamics of World History, Two, I, 4, 1938, 1957. ISI Books, Wilmintong, Delaware. La traducción es mía.